Napoleón Pisani Pardi
Maquinaria trabajando en el acondicionamiento del terreno donde se construirá el edificio. |
El día sábado 22 de abril de 1978, publicamos un artículo en el Suplemento Cultural del diario Ultimas Noticias, bajo el título de Un hotel para anular el Museo Reverón, donde expresábamos nuestro malestar acerca de la construcción de un gran edificio en la entrada del callejón que da hacia donde se encontraba el Castillete de Armando Reverón. En ese espacio había una hermosa y espaciosa casa de finales del siglo XIX, que Diego Arria le había prometido conservar, a los vecinos de Las Quince Letras, para convertirla en Centro Cultural.
Luego de publicado ese artículo en Ultimas Noticias, pudimos recabar más de mil ochocientas firmas entre los habitantes de Macuto, Maiquetía y La Guaira, para tratar de paralizar los trabajos de acondicionamiento del terreno para la construcción del edificio. Todas esas firmas, colocadas al final de un texto donde se exponía las razones del desacuerdo de la comunidad acerca de la construcción de aquel edificio, se las entregamos al periodista José Abinadé, director, para entonces, del Suplemento Cultural. El publicó parte de aquellas firmas en el diario Ultimas Noticias, haciendo la aclaratoria de que habían muchas más firmas en reserva.
En ningún momento pensamos que estas líneas puedan servir para echar atrás la edificación monstruosa que servirá para anular el Museo Reverón. Ya todo está conforme y dentro de los reglamentos previstos en la ley. Las máquinas y los obreros han comenzado a acondicionar el terreno en donde crecerá la mole de concreto, el centro turístico del litoral central, el albergue para los miles de visitantes al país que no conocerán, pues no han venido para eso, a la casa de piedra de Las Quince Letras. A través de estas cuartillas sólo pretendemos drenar nuestra aflicción y nuestra cólera, por ese otro atentado contra la cultura nacional.
En la Gaceta Municipal de fecha 8 de octubre de 1964, diez años antes de la inauguración del Museo Nacional Armando Reverón, dice, en el artículo 2, lo siguiente: “Se acuerda cumplir los trámites necesarios para la adquisición del referido inmueble, y de los que fueran necesarios para ampliar la sede del Museo”. Tomando en consideración este artículo aparecido en esa Gaceta, el actual director del Museo Reverón, el arquitecto José Luis Garrido, realizó un plan de actividades del Museo, del cual tomaremos algunos párrafos: “El Museo Reverón de La Guaira tiene una gran importancia para el resguardo de la memoria cultural del venezolano, en la medida en que está ubicado en la casa construida por el maestro Reverón, y donde desarrolló una de las etapas más fructífera de su trabajo creador. Sin embargo, esta casa no ha sido hasta ahora administrada con criterio de difusión cultural, ni de centro educativo en relación a la obra de Reverón. Ha privado, hasta ahora, un puro criterio conservacionista de los útiles, objetos y muebles, utilizados por el pintor. Nuestro proyecto de actividades se orientará básicamente a convertir ese espacio histórico en un verdadero centro de animación cultural. Adquisición por compra o arrendamiento de casa o local en la zona adyacente al Museo Reverón para cumplir con los siguientes objetivos:
a) Creación de espacio de oficinas.
b) Creación de espacios para salas de exposiciones.
c) Creación de espacio para depósito de obras de arte.
d) Creación de espacio cultural para actividades múltiples:
conferencias, conciertos, teatro, cine y taller de plástica”.
Un aspecto del Caney, donde se puede apreciar su deterioro. |
Indudablemente que todas estas excelentes intenciones ahora no pueden hacerse realidad, puesto que el único espacio disponible ya fue tomado por los dueños del hotel en construcción, quienes, suponemos, pensaran lo bueno que sería convertir en discoteca o en “night club” la casa de ese viejo loco que se llamaba Armando Reverón.
Desde el mismo instante de su creación, este Museo ha tenido una suerte fatal, pareciera que los diabólicos duendes que le arrebataron la razón al antiguo habitante del Castillete, continuaran rondando cada parte del mundo fabuloso que nos dejara Reverón. Durante los cuatro años y medio que permaneció Alirio Oramas, el director fundador del Museo, al frente de esta institución cultural, no encontró el apoyo suficiente del INCIBA, ahora CONAC, para llevar a cabo una mejor organización y proyección de este lugar tan venerado por todos los reveronianos del país. En unas declaraciones que recientemente diera Oramas a la prensa, dijo lo siguiente: “El proyecto original contemplaba conservar el ambiente del taller del genial pintor, pero con la condición de tener un edificio anexo, preparado como un auténtico museo moderno, es decir, con todos los adelantos técnicos y artísticos para que sirviera de sala de exposición permanente de las obras de Reverón, pues, claro está, no puede existir un museo sin pinturas. Terminado ese edificio, los cuadros y demás obras del fallecido pintor, nos vendrían del Bellas Artes y de colecciones particulares, pero nada de eso se logró. El edificio jamás fue construido y el Museo Nacional Armando Reverón, no pasó de ser una simple idea barajada por algunos entre whisky y whisky en cocteles propiciatorios para la charla inconsistente y cursi”.
Como si no fuera suficiente estas desatenciones por parte de los organismos culturales del país, los cuales están en la obligación de cuidar y promover los valores que integran el patrimonio artístico de la nación, un incendio, ocurrido el 31 de diciembre del año pasado, destruye una parte del Castillete de Macuto. El fuego, la rapiña, la desidia, la burocracia y la demagogia, son, también, enemigos del viejo maestro de la luz. Todos estos elementos negativos han impedido que se lleve a cabo una programación que sirva para resguardar y proyectar, adecuadamente, la obra del mejor artista plástico que ha dado nuestra historia: Reverón, quien con sus manos, buenas para crear los objetos más extraordinarios y hermosos, y buenas para ejercer los oficios más rudimentarios y pesados, construyó su fortaleza frente al mar, para allí trabajar y albergar su obra portentosa.
El próximo 10 de mayo se cumplen 89 años del nacimiento de Armando Reverón, una buena oportunidad para celebrar, con gran alegría y devoción, esta fecha tan significativa para el arte nacional. Un motivo excelente para ir a visitar las ruinas del Museo de Las Quince Letras, y para ir a contemplar, con verdadero beneplácito, el movimiento de tierra que hacen los tractores en el terreno donde se construirá el famoso hotel que, en honor al pintor, debería llevar su nombre. Los primeros “chicharrones” en ir a celebrar tan magna fecha en Macuto, serán: Diego Arria, el cual les prometió a los vecinos del Museo, convertir en Centro Cultural la casa que fue demolida, y que estaba en el lugar donde ahora se acondiciona el terreno para construir el hotel; Luis García Morales, con su grupo de ejecutivos de la cultura, quien dirá unas bellísimas palabras sobre la vida y la obra de Reverón; Alirio Oramas y José Luis Garrido, echando cada uno el cuento acerca de sus desafortunadas experiencias como directores del Museo; el Prefecto del Departamento Vargas, explicándole a los presentes que el desarrollo de la economía hotelera, en el litoral central, es de fundamental importancia para el intercambio artístico con otros países; el Gobernador Manuel Mantilla, informándole a los periodistas que para el año 1985, estará terminado un enorme complejo turístico en Naiguatá, que se llamará Juanita Reverón, en honor, por supuesto, de la abnegada compañera del pintor ya fallecido. Sí señor, el 10 de mayo estaremos en Macuto todos los que nos preocupamos por el acontecer artístico de Venezuela, como un sólido y vigoroso bloque humano, para rendirle culto a la memoria del solitario habitante de la casa de piedra, al maestro, sin rival, de la luz tropical, al mago genial de la forma y el color, al zurdo maravilloso que creaba como Dios, etc., etc., etc., quien, en compañía de Juanita y del mono Pancho, estarán, con sus presencias transparentes, ese día en el Castillete de Macuto, para sonreír, con ironía, al contemplar la manera de poner a funcionar, una vez más, la eficaz maquinaria de la principal institución cultural del Estado.