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sábado, 15 de diciembre de 2012

EL ALBUM IMAGINARIO DE ARMANDO REVERON

Reverón en la entrada del Castillete.
Foto: Victoriano de Los Ríos.

Juanita en labores propias del hogar.
Foto: Victoriano de Los Ríos.

Juanita, pilando maíz.


Foto: Ricardo Razetti.

Foto: Ricardo Razetti.

Reverón en la entrada del Castillete.
Foto: Ricardo Razetti.

Reverón al lado de una de sus muñecas. Foto: Ricardo Razetti.

Foto: Ricardo Razetti.

Otro de los espacios de la casa-taller de Reverón.

El Maniquí, obra realizada por Reverón.
Foto: Graziano Gasparini.

Piano de escenografía, fabricado por Reverón.
Foto: Graziano Gasparini.

Máquina de coser escenográfica.
Foto: Graziano Gasparini.

Muñecas en el interior del Caney.

Muñecas junto al pumpá de Reverón.

Más muñecas.

Juanita, disfrazada de india, para ser retratada por Reverón.

Reverón con Fita Vizcarrondo, Pomponette Planchart,
Julia Brandt y Olga Soto, en 1929. Foto: Alfredo Boulton.

Margot Benacerraf, filmando la película-documental
sobre Armando Reverón.

El fotógrafo Victoriano de Los Ríos, amigo de Armando Reverón.

Boceto realizado por Reverón, que él se lo dedicó
 a Cristina Gómez Nuñez, hija del General
Juan Vicente Gómez, en 1931.

Dibujo de Armando Reverón.

Otro dibujo alusivo a la fiesta brava, de la cual era
aficionado Reverón.

Reverón, vestido elegantemente, cuando de vez en cuando
visitaba a Caracas con la intención de vender alguna de
sus obras a los amigos.

Armando Reverón, y de espalda su amigo el pintor,
Manuel Cabré. Foto: Archivo Cadena Capriles.


Reverón en la escalera que conduce a la parte
alta del Caney.

Reverón con su mono Pancho.
Foto: Alfredo Boulton.

Reverón en compañía de unos amigos que lo fueron
 a visitar en su casa-taller de Macuto.
Foto: Alfredo Boulton.

Piedra tallada por Reverón, que él colocó en la tumba de
su madre, Dolores Travieso, en el cementerio de La Guaira.


Durante los días 4, 5 y 7 de mayo de 1889, Julio Reverón publicó
este aviso en el diario La Opinión Nacional, donde ofrecía a sus
amistades su nueva habitación. Días después de la aparición del
aviso, nacería el futuro pintor Armando Reverón Travieso.
Los integrantes de la sociedad caraqueña solían anunciar algunos
acontecimientos de carácter familiar en este periódico.


El Nuevo Diario. Caracas, noviembre del año 1913.

El Nuevo Diario. Caracas, 30 de abril del año 1914.

El Nuevo Diario. Caracas, septiembre del año 1919.

El Nuevo Diario. Caracas, enero del año 1920.

Aspecto que presentaba el Castillete, antes del deslave
ocurrido en el año 1999.

Ruinas de la entrada al Castillete, en la actualidad.
Foto: Napoleón Pisani, septiembre del 2012.

Foto: Napoleón Pisani, septiembre del 2012.

Edificio anexo al Castillete de Macuto, el cual puede ser
recuperado a través de una intervención muy profesional.
Foto: Napoleón Pisani, septiembre del 2012.

Un aspecto del interior del edificio anexo, donde se puede
apreciar el espacio ocupado, desde hace años, por un indigente,
el cual ha sido apodado por los vecinos del lugar con el nombre
 de “el señor de los gatos”. Foto: Napoleón Pisani,
septiembre del 2012.

Foto: Napoleón Pisani, septiembre del 2012.

El día en que murió Reverón, cayó granizo sobre Caracas.
 
El cadáver de Reverón, en capilla ardiente.
Museo de Bellas Artes de Caracas, 1954.


Fachada del Museo de Bellas Artes de Caracas, donde el
cadáver del artista permaneció en capilla ardiente por un día,
y la carroza funeraria que lo condujo al Cementerio General del
Sur de Caracas, el 19 de septiembre de 1954.

Lápida de la tumba de Armando Reverón, en el Cementerio
General del Sur, donde se ve que ya han corregido el error
de la fecha de nacimiento del artista. Foto cortesía del
pintor Luis Acosta Cáceres.

lunes, 17 de septiembre de 2012

NICOLAS FERDINANDOV, SEGÚN EDUARDO MACHADO

Napoleón Pisani Pardi

Nicolás Ferdinandov en 1919.

    Memorias de un General de la Utopía, es el título de un libro de Guillermo García Ponce, donde cuenta la vida de una de las figuras más sobresalientes de la política venezolana: Eduardo Machado Morales. Estas Memorias se comenzaron a escribir en uno de los calabozos del Cuartel San Carlos, cuando estos dos compañeros estaban presos por haber participado en la rebelión armada de los años sesenta. Esa situación les permitió tener el tiempo necesario para intercambiar ideas y dedicarle horas diarias a la disciplinada actividad política común, dentro de aquel recinto carcelario, que ahora es un importante museo de nuestra ciudad capital.
    Este libro contiene la increíble historia de un hombre excepcional, de sus luchas revolucionarias en México, Cuba, España, la Unión Soviética, los Estados Unidos y Venezuela. Infinidad de personajes conocidos aparecen en las páginas de estas Memorias divididas en dos partes: (1918-1934) y (1934-1990), y que recomendamos leer, pues son un extraordinario aporte al estudio de la historia contemporánea.
 
Este es el primer tomo de esta excelente biografía de
Eduardo Machado, uno de los personajes más
sobresalientes de la política venezolana del siglo XX.
Los dos tomos se encuentran en la Biblioteca Nacional.

    Ahora bien, lo que más me sorprendió de este volumen, fue encontrar en sus páginas una interesante historia sobre el pintor ruso Nicolás Ferdinandov, ese mágico ser, amigo de Armando Reverón, y quien en la novela El Forastero de Rómulo Gallegos, fue el personaje que echó a andar el viejo reloj de la iglesia Catedral de Caracas.
    Eduardo Machado lo conoció cuando el pintor llegó a Caracas en 1918. Como el mismo lo cuenta en las páginas de estas Memorias escritas por su amigo Guillermo García Ponce:
"Lo atendí un día cuando solicito gasolina en el garage donde guardábamos los coches de la familia. Era alto, flaco, desgarbado, grande la nariz y pequeño el mentón, la tez blanca y la frente despejada con entradas muy pronunciadas, el cabello rubio, escaso y descuidado. Se llamaba Nicolás Ferdinandov. Me mostró un envase vacío y con acento marcadamente extranjero me dijo que había agotado la provisión de combustible. Nos hicimos amigos. Pero fue solo después de transcurrir algunos meses cuando se atrevió a contarme su historia. Era ruso y por oponerse a la guerra participo en manifestaciones y sufrió la represión zarista. Fue amigo de los socialistas y emigro de su país en 1914. Llegó a la isla de Margarita como marinero en un mercante griego. Se quedó ganado por el azul intenso del mar, la luminosidad del paisaje y la amistosa presencia de la gente.

El periodista Guillermo García Ponce.

    Hacíamos largas caminatas hasta El Valle, porque a Nicolás le gustaba el trayecto hasta las vegas de las haciendas de Coche y La Rinconada. Había un tranvía que hacia el recorrido desde Puente de Hierro, pasando por el túnel del Portachuelo, hacia la calle principal de El Valle, pero el prefería caminar mientras narraba sus aventuras. Nos deteníamos en una alfarería, a mitad del polvoriento camino. Ferdinandov admiraba los adobes, tejas y panelas. Luego, más adelante, otro receso para ver correr las cristalinas aguas del rio El Valle. En medio de gamelotes y cañabravas. En ocasiones, bajábamos a Macuto a complacer la especial devoción del ruso por el mar. Entonces, dejaba al desnudo sus pies mientras arrojaba piedras al azul de las aguas con chispiante alegría: " Eduardo, no cambiaría el mar de tu país por nada del mundo ", me decía. También nos acompañaba a las partidas de tennis en el Club Paraíso. Deporte que prefería en vez del juego de Los Samanes, que jamás logró entender.

El pintor Armando Reverón en 1920.

    El azul era su tonalidad favorita, pero también usaba el rojo ocre y el gris. La mayoría de sus cuadros tenían contornos fantásticos y vaporosos. La luminosidad de sus figuras era apagada por la suavidad de los tonos y cierta atmosfera tenue y volátil. Armando Reverón, su gran amigo y en cierta manera discípulo, acentuaría ese estilo en los blancos maravillosos y el ocre diluido en líneas apenas insinuadas. Era también orfebre y sus joyas, rutilantes y delicadas, poseían una gran belleza. Este oficio le permitía ganarse la vida. Yo lo ayudaba a venderlas entre mis amistades de la burguesía. Era también relojero. Le encantaba poner a funcionar piezas antiguas, deshechas y enmohecidas. Relojeros de la ciudad, cuya paciencia agotaban difíciles composturas, acudían a él para encontrar la casi imposible reparación. En la isla de Margarita había sido buzo y pescador de perlas. En el taller de la Plaza López guardaba, en un pequeño cofre, maravillosas perlas de vistosos reflejos, que solo mostraba a sus más íntimos amigos. "Son para mi hermana Lidia" - decía -. Ella era artista de cine. Más tarde supe que Lidia huyo a Paris y se perdió en lo desconocido.

El taller de Ferdinandov en Porlamar, 1918.
Foto Colección de la Galería de Arte Nacional, Caracas.

    Reverón visitaba el taller de Ferdinandov con mucha frecuencia. Conversábamos sobre pintura, música y literatura. Recuerdo las tardes cuando Nicolás tocaba piano y cantaba viejas canciones campesinas de su tierra. Después relataba la historia de sus viajes a Egipto, Marruecos, Estados Unidos y Nigeria. Reverón, mucho más joven, seguía extasiado las insólitas narraciones. A todos nos agradaba aquel ruso sorprendente que sabía muy bien de todo y hablaba del mundo como si lo tuviera en sus manos. A mí, personalmente, me atraían sus conversaciones porque, en la intimidad del taller, mezclaba los relatos con sugestivos comentarios de política. En público se cuidaba de hacerlo, incluso simulaba simpatía por la nobleza zarista derrocada y aparentaba nexos con la "emigración blanca", pero con nosotros hablaba de los clubes jacobinos en San Petersburgo, los campos de exiliados en Siberia, la historia de los "decembristas y de la Voluntad del Pueblo", las manifestaciones rojas en Moscú y de la palabra de Lenin. Su voz cobraba cálido entusiasmo cuando se refería a la reciente revolución de los bolcheviques.

Soledad Mendoza a los 17 años de edad.

    Ferdinandov desapareció de Caracas tan misteriosamente como llegó. Se enamoró de Soledad González, una hermosa muchacha que le servía de modelo. Para su desgracia, no solo el anhelaba la belleza morena de aquella caraqueña. Una conocida celestina, encargada de surtir el apetito sexual de los Gómez, también descubrió la hermosura de la joven. Primero fueron los halagos para que se rindiera a los requerimientos. La celestina asediaba el taller de Ferdinandov con proposiciones, mimos y regalos; pero el poderoso pretendiente se impaciento y, entonces, vinieron las amenazas: "Nada haces con resistirte. Será por las buenas o por las malas, y tu novio, el pintor, será quien pague las consecuencias. Lo meterán a La Rotunda." - le advirtieron -. Nicolás y Soledad comprendieron. No había nada capaz de impedir la omnímoda voluntad de los Gómez. Un día me confesaron su desgracia y me pidieron los ayudara a escapar. Una noche tomamos el viejo camino de los españoles hacia Galipán sin más equipaje que un maletín de pinceles y el cofrecito de perlas margariteñas. Los acompañe hasta Catia La Mar, donde abordaron un bote rumbo a Curazao. Ferdinandov moriría a los pocos años, en 1925, desgarrado por la tuberculosis.”

Al final de la narración sobre el pintor Ferdinandov, Eduardo Machado comenta lo siguiente:

“Seria mentira decir que los libros y las conversaciones de Ferdinandov me hicieron comunista. Sin embargo, me enseñaron una nueva perspectiva de la lucha política, más profunda y universal. Hasta entonces nuestra oposición a la tiranía de Juan Vicente Gómez no tenía un sólido fundamento ideológico. Era una lucha inspirada en los principios generales de la libertad, la justicia y la decencia.
    La lucha contra la tiranía de Gómez nos lanzó al campo de la política, la literatura marxista y las conversaciones con Nicolás Ferdinandov nos pusieron en camino de dar un fundamento ideológico y científico, universal y social, a nuestra rebeldía contra las injusticias y la opresión".